martes, 28 de febrero de 2012

La alegría en la sala de clases

De la mano de la lectura de Paulo Freire, que inevitablemente se transforma en un diálogo, de esos que precisan de un café cargado. Escribo desde la vereda menos torcida de mi (espero) mi rol de profesora. Debo reconocer que entendiendo que es un título que me queda grande, es una especie de lentejuela pegada en el corazón. Para nadie resulta extraño las rondas de alegría creadas cada vez que me refiero a la escuela y a toda la mística que la envuelve y aunque el romanticismo no se irá jamás porque me encanta lo que hago, existen componentes profundos involucrados en esta suerte de regocijo, que van desde la elección de la carrera hasta el componente social y político (si quieren llamarle) que se insertan en la práctica pedagógica. No es un misterio que el nivel educacional tiene estrecha relación con el progreso social de un país (excepciones hay como cuba, pero es discutible), el desarrollo, por lo general se ve medido a través del ámbito económico y educacional, idea que por lo demás me resulta desagradable, aunque disfruto de las posibilidades que otorga el dinero, nunca me ha gustado la idea de girar en torno a el, menos de medirnos por la cantidad que justa o injustamente llena nuestro bolsillo, en fin. La educación, pero por sobre todo la escuela y específicamente la sala de clases se encuentra a mi descriterio en una categoría aparte, la interacción, el sistema propio y la vida que se encamarca en el aula corren por rieles distintos. Aquí parafraseo a Freire en su afán fomentar la lectura del mundo de la mano de las herramientas que permitan dicha lectura. Educar es un acto a mi juicio de amor genuino, del bien para el otro, un bien mancomunado; prestar el lápiz al que no lo tiene, compartir la colación, planificar la forma idónea para diferenciar entre sustantivos y adjetivos es una forma de vivir, que por lo menos durante 8 horas diarias le dan un poco de cordura y esperanza a mi participación en este planeta. Siempre busco tener la razón, pero en ésta faceta me esfuerzo por encontrar la razón, de manos de todas las versiones posibles. Gracias a Dios por el privilegio de educar, es que aprendo mientras enseño y enseño mientras aprendo. Siendo franca, esta lentejuela brillante me viene a recordar mi condición de humana y no un animal como me siento la mayoría del tiempo.  

2 comentarios:

  1. ¿Cuanto pesará la lentejuela? Yo la quiero pero le tengo un miedo!

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  2. Llegué de casualidad al blog... y bueno, estuve leyendo...
    Fuerza en lo que venga. Y que no se olvide ni opaque nunca esa condición humana.

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